El Gran Juicio

Todos sin duda hemos oído o leído esa clásica reseña evangélica del día del juicio final, donde se nos presenta a Dios, arrogante, implacable, inmisericorde, sentado sobre su gran trono blanco y millones y millones de personas delante de él, haciendo fila, temblando de miedo por oír el veredicto final (Irónicamente muchos de ellos fueron sacados o del cielo o del infierno donde habían pasado cientos o incluso miles de años). Cuando llega cada persona a la cita con su destino eterno, Dios mira por unos segundos a la persona a los ojos, lee unas cuantas palabras de un libro, y pronuncia sentencia: cielo, o infierno. Y las personas se van, en el caso de muchos de ellos, al mismísimo lugar de donde fueron llamados para ser juzgados.

Yo he leído y estudiado la Biblia y, afortunadamente, lo que enseña la Biblia sobre el tema es completamente diferente. El día del juicio será una de las épocas más gloriosas de la humanidad. No obstante, a veces me pongo a meditar y reflexionar sobre la gran confusión religiosa, sobre el destino de la humanidad, sobre el amor de Dios, sobre mis responsabilidades cristianas, sobre mil y un cosas, y a veces me he llegado a pintar un cuadro del juicio final, una mezcla entre lo que realmente dice la Biblia sobre el juicio y esa clásica visión de boletín evangélico invitando a aceptar a Jesus. Espero que a alguna que otra persona pueda sacar provecho de esto y lo pueda hacer reflexionar.

La Biblia es muy clara: no existe tal cosa como un alma inmortal ni un espíritu que vaya al cielo o al infierno cuando la persona muere. En la muerte, todas las funciones del ser humano cesan y él queda inerte (Eclesiastés 9:5, 10). Así que la única esperanza para vida después de la muerte es el glorioso propósito de nuestro amoroso Dios de que va a haber “resurrección de los muertos, tanto justo como injustos” (Hechos 24:15). Contrario a lo que enseñan las falsas religiones que se dicen ser cristianas, Dios no es ningún tirano cruel que se deleite en echar a millones de personas a un horno ardiente llamado infierno. La Biblia deja muy clara que “el salario que el pecado paga es muerte”, no tormento eterno. Así que nuevamente lo reitero: la resurrección es una amorosa provisión de un Dios justo y misericordioso, como solo Jehová puede serlo, de “justos”, como recompensa a todos los fieles que han muerto en el pasado, desde Abel hasta nuestros tiempos, e “injustos”, aquellas personas que no tuvieron la oportunidad en esta vida de oír las buenas nuevas del reino y responder a ellas.

Total, esta es mi visión del juicio, llamémosle pre-resurrección. Lo aclaro otra vez: según la Biblia no existe ningún alma ni espíritu que vive fuera del cuerpo después de morir. Pero así como Dios pudo oír el clamor por justicia de la sangre de Abel, yo me imagino que él puede oír lo que una persona diría en su defensa antes de juzgar si le da o no la oportunidad de resucitar. Así que sin más preámbulos, he aquí mi “visión” de ese juicio donde Dios, el Juez por excelencia, decreta quién merece resucitar o no:

Hay una fila larga de personas esperando su turno para oír su veredicto de Dios. No se trata de una elección entre cielo e infierno, no se trata de castigar a las personas porque le robaron 5 pesos a su vecino, la cuestión es mucho mas seria: si la persona en su vida en la Tierra dio muestras de apoyar la soberanía universal de Jehova, si ejerció fe en el rescate redentor de Jesucristo, el hijo de Dios, si obedeció las buenas nuevas del Reino y obró en consecuencia con los mandatos de Jesus. O si no lo hizo, ¿será que no tuvo la oportunidad de demostrarlo?

En mi “visión” le toca el turno a un desaliñado hombre barbudo. Al presentarse ante el Gran Juez, un querubín le entrega a Dios el libro donde está anotado todo el historial de los mortales y le dice: “Brian, estadounidense de raza afro americana, murió 5 años antes del Armagedón de una sobredosis de droga”. El Señor lo mira por unos segundos y le dice al hombre: veo que hay muy poco bueno que decir de ti, fuiste ateo, borracho, drogadicto, ladrón, timador, fornicador, abandonaste a dos mujeres con hijos, para luego declararte homosexual, destruiste tu cuerpo con tatuajes y perforaciones, en fin, pudiste hacer muchas cosas con la vida que te di, ¿por qué?
Señor —replicó el acusado— me diste la vida, sí, pero me mandaste a un mundo cruel, violento, donde el más fuerte se aprovechaba del más débil, donde se atropellaba el derecho de las minorías, donde no eres nada si no tienes dinero, donde hasta el favor de Dios se compraba y se vendía.

—¿Y quién te dijo que yo lo aprobaba? —inquirió el Señor.

—Pues eso es lo que decía el pastor en la iglesia. Cuando mi madre murió a mis 9 años, dejándonos abandonados, el pastor nos dijo que Tú te la habías llevado al cielo, cuando un huracán destruyó la casita donde vivíamos dijo que era un castigo porque ya no íbamos a la iglesia, y cuando papá se enfermó y quedó paralítico dijo que lo estabas llamando a que se arrepintiera. Yo no soporté más tanta crueldad de parte tuya y le di la espalda a todo lo que tenía que ver con religión.

El Señor lo miró con mucha ternura y le preguntó: “¿Te parezco esa clase de Dios?”

El vagabundo apenado bajo la cabeza y dijo: “No, Señor”.

El Señor volvió a preguntar: “Yo tenía un pueblo en la Tierra durante el tiempo del fin, y ellos tenían la encomienda de predicar las buenas nuevas del reino en toda la Tierra antes de que Yo trajera el fin. ¿Nunca tuviste contacto con ellos?”

—Ah, ¿esos que iban de casa en casa de traje y maletín? Sí, sí los recuerdo, pero como yo estaba tan desilusionado de las religiones, siempre les decía que no me interesaba cualquier cosa que me iban a decir. Perdona, nunca creí que ellos fueron a ser diferentes de las iglesias que yo conocía. Es más, una vez invité a un par de ellos, muy guapos, a pasar a mi casa, pero cuando se dieron cuenta de mis intenciones, salieron corriendo, jeje.

El rostro del Juez se volvió serio: "¿No sabes que yo detesto la homosexualidad?"

—Perdón, Señor, sí, eso nos decía nuestro pastor, pero ya ve, no era muy confiable.

El Gran Juez se quedó pensante un rato y al final dijo: "Mira, viviste cosas muy feas, fuiste objeto de muchas injusticias y encima te hicieron creer que yo las provocaba. Te voy a dar otra oportunidad. En este momento ya no existe el mundo cruel, injusto y violento que conociste, ya no existen los corruptos gobiernos humanos, ni el avaro sistema comercial, mucho menos existen ya las religiones que tanta deshonra trajeron a mi nombre. Mis siervos están trabajando para convertirla en un hermoso paraíso, y toda la Tierra está llena del conocimiento verdadero. Te voy a dar un nuevo cuerpo, pero cuidado: no lo destruyas como lo hiciste con tu anterior cuerpo, ah, y si te vuelvo a ver con inclinaciones homosexuales o te harás acreedor a una seria llamada de atención y en caso de reincidencia, serás ejecutado inmediatamente, aún tengas 100 años tendré que invocar el mal contra ti."

Muchas gracias, Señor— el pecador indultado se inclina a adorar a aquel que le acaba de regalar nuevamente la vida.

Puedes llamarme Jehová—dice el Anciano—anda, vete, tengo muchos que juzgar todavía y tu cuerpo nuevo ya te está esperando.

—Muchas gracias, Señor Jehová— alcanzó a decir y desapareció muy contento a su nueva vida. Yo no pude menos que regocijarme con él. Pobrecito, ¡cómo debió sufrir en su vida anterior!

En seguida apareció un hombre de túnica y turbante, seguramente era árabe. Alcancé a escuchar la presentación del querubín: "Abdul, terrorista iraní, 26 años, murió en un atentado suicida en Afganistán, 7 años antes del Armagedón".

El Señor lo mira fijamente: "Causaste la muerte de 6 hombres, 9 mujeres, entre ellas una embarazada, y 8 niños, entre ellos 2 lactantes. ¿Cómo justificas todo eso?"

—Señor Alá, era para agradarte.

—No soy Alá—le reprimió el Anciano—tú viste como traté al americano de color. ¿Te pareció que soy el Dios que tú adoraste en tu vida?

—No, perdón, pero eso me dijeron, si me inmolaba para Alá, iba a ir al paraíso con 30 mujeres vírgenes. Por eso lo hice. Yo quería hacer cualquier cosa para Dios. Me dijeron que Alá exigía lealtad absoluta, y que había que matar a los infieles. A mí me dio mucha pena ver a los niños, pero me habían dicho que era para un fin glorioso, que Alá me lo iba a recompensar. Perdóname Señor, veo que no eres como me dijeron en la mezquita, créeme, yo hubiera preferido servido a ti, eres mucho mejor Dios que Alá.

—Alá no existe, que te quede claro. Fuiste engañado. Pero yo tenía siervos en la Tierra durante el tiempo del fin, y ellos iban de casa en casa hablando acerca de mi nombre y mis propósitos. ¿Nunca tuviste contacto con ellos?

—No, nuestro gobierno islámico no dejaba que nadie profesara religión que no fuera el Islam, y no daban permiso a misioneros. Yo nunca oí tu nombre.

— ¿El nombre Jesucristo te dice algo?

—Si, el profeta anterior a Mahoma, el más grande . . .

Inesperadamente para mí, el Anciano interrumpió a su interlocutor: “No. Jesucristo es mi Hijo unigénito, el primogénito de toda mi creación, y lo envié a la Tierra a defender mi soberanía, a enseñar a los humanos el amor a Mí y al prójimo y a dar su vida como rescate a favor de todos. Incluso hice que mis siervos, discípulos de mi Hijo, lo escribieran en la Biblia. ¿Nunca supiste de eso?”

—No Señor, en mi país no podíamos comprar Biblias. Créeme, me hubiera gustado saber todo eso.

Nuevamente, el Anciano se quedó callado. Después de unos cuantos segundos, le dijo al acusado: “Mira, fuiste engañado vilmente. Si bien debiste haber seguido los dictados de tu conciencia, en vez de creer ciegamente lo que te dijeron que hicieras, creo que mereces una oportunidad. En este momento la Tierra se está transformando en un hermoso paraíso, aún el desierto árabe está alborozándose de vida y gozo, y las personas mansas han batido sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. Te daré la oportunidad de que me demuestres que eres manso de corazón y que así como ciegamente seguiste lo que te dijeron que era lo correcto, ahora me demuestras que obedeces lo que sabes que está bien. Mucho cuidado: no toleraré ningún intento de revuelta o disturbio, en el momento que llegarás a intentar algo semejante, serás juzgado inmediatamente y ejecutado”.

El hombre estaba más que contento con esa nueva oportunidad y prometió no defraudar a aquel misericordioso Dios, de quien nunca había sabido en vida.

Así siguieron desfilando las gentes. Mitsuko, ancianita japonesa, practicante de una mezcla de budismo y sintoísmo; Mahal, hombre de mediana edad de la India, adorador de innumerables dioses hindúes y venerador de vacas sagradas; aún Bianca, anciana de la ciudad de Roma, fiel católica y devota de Madonna, versión italiana de la virgen María, luciendo su crucifijo al cuello. Los tres defendieron merecer una resurrección. Los primeros dos nunca quisieron nada con el cristianismo o la Biblia o mensajeros del Reino del Dios cristiano porque éstos, los cristianos, habían sido culpables de que toda la familia de Mitsuko perecieran víctimas de la bomba nuclear de Hiroshima. Mahal, por su parte, argumentó que en la India, el cristianismo solo había servido para explotar las riquezas del país y hundir a las masas en la pobreza. Nuevamente el juez se apiadó de ellos.

La que tuvo un caso más complicado más fue Bianca. Para empezar, el Juez le exigió deshacerse del abominable crucifijo, y cuando ella empezó a persignarse, también fue interrumpida. Ella se defendió diciendo que nunca dejó de ir a misa, que se confesaba por lo menos una vez por semana, que fue a peregrinaciones, que todos los años participaba en las representaciones de la crucifixión. Para su asombro y decepción, nada de eso impresionó al Gran Juez. La pregunta de Él la estremeció: "¿Leíste mi palabra, la Biblia? ¿Recibiste a mis mensajeros que andaban de casa en casa predicando las buenas nuevas de mi Reino?" No pudo contestar. Después de varios minutos en silencio, echó a llorar. Luego relató que fue criada en un hogar profundamente católico, estudió en un internado y decidió hacerse monja, para ofrecer su vida a Dios. Casi no leyó la Biblia porque le decían que era más importante rezar rosarios para ayudar a tantas almas que estaban en el purgatorio. A la pregunta si había escuchado las buenas nuevas del Reino, se excusó diciendo que nunca había dado lugar a la posibilidad de que hubiera un evangelio diferente al de la iglesia católica, la cual estaba fundada sobre San Pedro, cuya tumba de hecho visitaba muy seguido.

Finalmente el Juez le preguntó: "¿Estarías dispuesta a cambiar tus puntos de visto y servirme según Mis requisitos?" Ella se inclinó a Tierra y juró hacerlo de toda alma. El Anciano le concedió ir a su nuevo cuerpo en la Tierra, pero le informó que no quedaban templos, ni estatuas de santos, ni confesionarios ni conventos sobre la Tierra, solo una humanidad adorando a Dios en espíritu y verdad y trabajando para dar adelanto a los propósitos de Jehová, "mismo que —dijo— nunca conociste, pero ya aprenderás".

El siguiente en comparecer fue Ángel, el querubín lo presentó como mexicano, de 42 años, pastor evangélico, muerto en un enfrentamiento con la policía en una manifestación de carácter político. Yo me estremecí, yo conocía a ese individuo, ¡vivía justo enfrente de mi casa! El Anciano de Días miró un momento su historial y dijo: Viviste una vida moralmente irreprochable, salvo tu decidido rol en la corrupta política mundanal y el hecho de enriquecerte con los diezmos de tu rebaño. Por otro lado, no creo que quieras decirme que no conociste el mensaje de vida, pues pregonaste a diestra y siniestra conocer “mi plan de salvación”. No obstante, tengo esto contra ti: enseñaste que yo soy un misterioso ser tripersonal. Dime, ¿acaso me ves como un monstruo de tres cabezas?

—No Señor.

— ¿Alguna vez leíste Juan 17:3?

—Sí.

— ¿Quién dice mi hijo que es el único Dios verdadero?

—Su Padre.

— ¿Alguna vez leíste 1 Corintios 8:3-5?

— ¿Quién dice mi siervo Pablo que es el Dios verdadero?

—Tú, Señor.

—Entonces ¿por qué anduviste enseñando eso de . . ¿cómo va esa canción? "Dios en tres personas, bendita Trinidad"?

—Señor, eso enseñaba mi iglesia, eso creían Lutero y Calvino, nunca me atreví a dudar de eso.

—¿No dijiste tú que todo debía examinarse con la Biblia?

—Sí, pero a mi ver había muchos textos que demostraban la Trinidad.

—Dime uno—. El asunto estaba muy tenso. Por un momento me había olvidado lo serio que era estar frente al tribunal del Dios Todopoderoso.

—1 Juan 5:7, 8 Tres son los que dan testimonio en el cielo . . .

El Señor lo interrumpió: ¿En eso basaste toda tu teología? ¿No tuviste ni siquiera una Versión Popular o Versión Moderna para comparar?

El pastor quedó callado. No pude evitar que me diera cierto gusto, ver como el que siempre me “predicaba” que la doctrina no importaba, que lo único que importaría en el juicio final era haber aceptado a Cristo, ahora estaba siendo interrogado por el Gran Juez, haciéndole las mismas preguntas y razonamientos que tantas veces yo había planeado hacerle.

Al no recibir ninguna respuesta, el Señor volvió a preguntarle: “También dijiste que yo era un Dios cruel, que torturo por los siglos de los siglos a todas aquellas personas que no “aceptaban a Cristo como su salvador personal”. Hiciste llorar a los niños y temblar a los mayores con tus vívidas descripciones del suplicio eterno. ¿Te parece que soy así?

—N-n-n-no Señor. Pero era por el bien de las almas.

—¿Las almas que nunca se iban a morir? ¿Nunca leíste Ezequiel 18:4? ¿o Mateo 10:28?

—Señor—insistió el acusado—era para convertir a las personas a Cristo.

—¿Y alguna vez te asomaste a ver cuantas personas salían despavoridas de la iglesia para nunca querer oír más de religión alguna, por no poder comprender porqué debían servir a un Dios tan cruel? Tú viste cómo juzgué a las personas que estaban delante de ti. ¿Acaso soy tan tirano como me describiste?

El acusado se armó de valor y dijo: “Pero Señor, en tu nombre hice milagros, expulsé demonios, curé muchas enfermedades".

—¿En mi nombre? ¿Cuál es mi nombre?

—Jesús.

—Mira, hasta ignorante me finges salir. ¿Quién es aquél que está allá sentado sobre el trono mesiánico guiando los asuntos de la Tierra?

Delante del acusado se abrió una especie de pantalla, donde se contemplaba a alguien, como un hijo del hombre, sentado sobre un trono celestial, rodeado por un grupo de subreyes y sacerdotes muy ocupados dirigiendo y guiando a una multitud de personas felices, que trabajaban en el nuevo paraíso terrestre.

—¿Quién es él? — Volví a insistir el juez.

—Jesús.

—¿Entonces cuál es mi nombre?— En ese momento se apagó la visión Mesiánica.

—Jehová.

—Efectivamente. ¿Alguna vez les enseñaste eso a tus feligreses?

—Sí, cuando leíamos la Biblia, ahí aparecía tu nombre.

—Pero ¿los enseñaste a invocarme por mi nombre Jehová?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque temía que me relacionarían con los Testigos de Jehová.

—¡Que bueno que lo mencionas! ¿Alguna vez te topaste con mis Testigos?

—Sí, en mi juventud muchas veces. Pero siempre los cuestionaba con sus profecías fallidas, y les decía lo que aprendí en un boletín anti sectas, que su fundador vendía trigo milagroso y fue abandonado por su esposa . . .

—¿Nunca se te ocurrió que esa “secta peligrosa”, ese grupito de pobres hombres despreciados pudiera ser mi pueblo?

—No, yo siempre sostuve que el único nombre que deberíamos usar era el de cristianos.

—Bueno—el tono del Anciano denotó que llegaba el momento de pronunciar su sentencia—tengo muchos casos todavía esperando ser examinados. En ti yo veo una persona que pudo haber ayudado a santificar mi nombre delante de muchas personas, pero prefirió la comodidad de una casa pastoral con calefacción y aire acondicionado; que pudo haber sido un buen siervo del Dios verdadero, pero prefirió azotar a sus feligreses con sermones sobre un místico Dios vengativo y cruel para llenar sus bolsillos de . . .

—Pero Señor—el pobre hombre se veía muy desesperado, al grado de interrumpir al mismísimo Dios—perdonaste a aquel drogadicto depravado, al terrorista, a personas que nunca quisieron saber nada de la Biblia, ¿acaso soy peor que ellos?

—Veo que no has captado el punto. Como bien lo dijiste en tus sermones llenos de fuego, no se trata de ser bueno o malo. Aquí la cuestión es: ¿qué hiciste por mi nombre, mis propósitos y mi soberanía? Todas las personas que acaban de pasar no tuvieron la oportunidad de hacer nada al respecto, fueron engañadas, traicionadas, ultrajadas por personas como tú, en nombre mío . . .
El hombre hizo un nuevo esfuerzo por implorar la misericordia de Dios: “Pero, yo sentía que tú estabas conmigo, hice muchos milagros, hablé en lenguas, expulsé demonios . . .

Eso colmó la paciencia del Gran Juez. Con toda su autoridad alzó su voz y le ordenó: “¡Apártate de mí, nunca te conocí, obrador del desafuero!”

Inmediatamente se deshizo esa representación del espíritu de ese hombre, el primero que no fue juzgado digno de resucitar. Un escalofrío recorrió todo mi ser. Por un momento me había olvidado lo serio que era estar frente al gran Dios verdadero . . . Fue en ese momento que me di cuenta de algo que no me había percatado: ¡Yo estaba parado en esa fila, esperando mi turno para ser juzgado!

Ya no pude concentrarme para oír los siguientes casos, personas iban y pasaban, y cada vez estaba yo más cerca de mi destino. No pude menos que preguntarme: ¿por qué estaba yo en esa fila? ¿de veras estaba muerto?

Finalmente aparecí, lleno de miedo, ante el Juez de vivos y muertos. El me miró un instante y me dijo: “Creciste en un entorno muy difícil, al igual que muchas personas de inclinaciones espirituales fuiste engañado, viste mucha hipocresía en las religiones establecidas, viste que era incomprensible ese Dios que te predicaban, mítico, monstruoso, distante, frío, cruel y violento. Pero a diferencia de muchos de estos hombres, tú sabías y sentías que no podía ser cierto. Buscaste, indagaste, estudiaste, hasta encontrar y conocer al Dios verdadero. ¿Y después?"

Yo me quedé callado. No había nada que decir en mi defensa.

—Te dedicaste a llevar una vida normal—prosiguió Él—. Tuviste familia, tuviste trabajos que te consumían mucho tiempo, en las noches te ponías a ver televisión y navegar por Internet. Te acostabas tarde, muy cansado, y amanecías más cansado aún. ¿No crees que te faltó hacer algo?

No dije nada, solo asentí con la cabeza.

—Creo que había algo, un texto que incluso te aprendiste de memoria en tu escuela religiosa, llamado la gran comisión; había un texto que tu mismo citabas para demostrar cuál era la actividad principal de los cristianos verdaderos, es más, ¡sobre aviso no hay engaño!, había una advertencia hecha a mi profeta Ezequiel sobre qué es lo que pasaría con personas que no daban advertencia de mis casos.

—Es cierto, eras tímido y poco dotado para la oratoria desde niño, pero había una escuela todas las semanas en los lugares donde se congregaba mi pueblo, por cierto, rara vez faltaste a ella. ¿Qué sufrías de una enfermedad llamada depresión? Es cierto, pero ¿nunca pensaste que mis promesas, mis propósitos, las verdades sobre mis cualidades pudieran servirte de terapia? ¿Por qué nunca oraste a mí para pedir fuerzas?

Con todo y mi tristeza y dolor no pude menos que notar lo justo que era este juez. En primer lugar yo estaba muerto, lo que parecía ser yo, era solo una recreación temporal de mi persona para ser juzgado, para que yo pudiera hablar en mi defensa. Y aun cuando yo no decía nada a mi favor, Él mismo decía cuanto argumento a mi favor pudiera haber.

El me preguntó: "¿Cuántas personas como tú crees que hubo en tus entornos? ¿Cuánto se lanzaron a la borrachera, a las drogas, a la inmoralidad como Brian? ¿Cuántas personas se cerraron completamente a la Biblia y al cristianismo como Mitsuko y Mahal, por todo lo detestable que personas religiosas hacían en mi nombre? ¿Cuántas personas religiosas conociste, que pudiste haber ayudado a ver mi verdadera personalidad para que ya no siguieran ciegamente los dictados de su religión incluso hasta dar la vida? ¿No crees que eran sido muy valiosas esas vidas para mí? Es cierto, nunca tuviste oportunidad de ir a la India, a China o al golfo pérsico, pero había personas a tu alrededor gimiendo y suspirando por todas las casas detestables que las afligían. ¿Qué hiciste por ellas? Es más ¿alguna vez advertiste a tu vecino pastor sobre las consecuencias de su proceder? Es cierto, a veces te enfrascabas en largos debates con personas de las iglesias, y te encantaba citarles texto tras texto para mostrar que estaban errados en puntos doctrinales, pero ¿alguna vez pensaste en ganar sus vidas, no las discusiones?" . . . .

Ya no supe ni qué siguió de ahí. Solo me eché a llorar, llorar y llorar. Yo, el hombre que no podía llorar, cuyo carácter fuerte se había forjado entre tragedias, fracasos, entre desprecios, heme ahí llorando como un bebé llora por leche cuando tiene mucha hambre.

—Lástima, yo tenía muchas esperanzas en ti. Creo que no fuiste digno de toda la confianza que te di, pues no mostraste con tu vida y tus actos que agradeciste mi bondad. Creo que entenderás si no puedo darte otra oportunidad, —mientras decía eso, yo solo asentía con la cabeza— así que voy a tener que disolverte.

Fue lo último que supe de mí. Me hubiera gustado servir a ese Dios tan amoroso, tan bondadoso, tan justo. Me hubiera gustado ser parte de esa nueva sociedad humana, de esos habitantes felices de la nueva tierra. Me hubiera gustado tener un cuerpo nuevo, sin enfermedades, sin debilidades, y crecer hasta la perfección. ¡Cuantas cosas no hubiera hecho! Conocer tantas personas, estudiar la flora y fauna, descubrir mis habilidades en la música, el arte. Construir una casa 10 veces más grande y 10 veces más hermosa de lo que soñaba en el viejo mundo. Pero no, ya era muy tarde.

Querido amigo: esto quizás fue un sueño, una visión o el resultado de mi meditación. Lo cierto es que conocemos de la Palabra de Dios, y eso implica responsabilidad:

Ezequiel 33 7-9 Versión Reina Valera: A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se apartare de su camino, él morirá por su pecado, pero tú libraste tu vida.

Una buena noticia: no hemos muerto. Todavía podemos demostrarle a Jehová Dios nuestra gratitud por todo lo que ha hecho por nosotros. Y podemos hacernos un buen nombre ante Él para que, a la hora del Gran Juicio, nos vaya mejor.

Acepto comentarios.

DIOS NO PUEDE MORIR

¡Dios No Puede Morir!Una Introducción al Cristianismo Primitivo

Hay tantas ideas erróneas acerca de Dios que es difícil saber donde comenzar. Sin embargo, el titulo de este ensayo “¡Dios No Puede Morir!” es un buen lugar para empezar. De hecho, es la base para una introducción al cristianismo primitivo.
Jesús dijo una vez a una mujer que no era judía:
Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación se origina de los judíos. (Juan 4:22)
Él mismo siendo judío, sabía que el entendimiento que los judíos tenían de Dios era lo correcto. ¿Qué era, por lo tanto, lo que los judíos del tiempo de Jesús creían acerca de Dios? En realidad, ¿qué era lo que Jesús creía acerca de Dios? Encontrar la respuesta a esta pregunta nos ayudará a que ‘adoremos lo que conocemos’ como Jesús hacía y esta información solo se encontrará en la Biblia.
Nosotros podemos empezar con una simple declaración hecha por el profeta Habacuc unos 600 años antes que Jesús viniera a la tierra.
¿No eres tú desde mucho tiempo atrás, oh Jehová? Oh Dios mío, mi Santo, tú no mueres. (Habacuc 1:12)
Esto quiere decir que el Dios de los Judíos existía antes de todos los tiempos. Él siempre ha existido y siempre existirá. ¡Él nunca muere!
Otras Escrituras que Jesús y los Judíos creían acerca de este entendimiento básico acerca de Dios puede encontrarse en los siguientes versículos:
Bendito sea Jehová el Dios de Israel desde tiempo indefinido hasta tiempo indefinido. (1 Crónicas 16:36)
Bendito seas, oh Jehová el Dios de Israel nuestro padre, desde tiempo indefinido aun hasta tiempo indefinido. (1 Crónicas 29:10)
Levántense, bendigan a Jehová su Dios desde tiempo indefinido hasta tiempo indefinido. (Nehemías 9:5)
Acuérdate de tus misericordias, oh Jehová, y de tus bondades amorosas, porque son desde tiempo indefinido. (Salmo 25:6)
Bendito sea Jehová el Dios de Israel desde tiempo indefinido aun hasta tiempo indefinido. Amén y Amén. (Salmo 41:13)
Antes que nacieran las montañas mismas, o tú procedieras a producir como con dolores de parto la tierra y el terreno productivo, aun de tiempo indefinido a tiempo indefinido tú eres Dios. (Salmo 90:2)
Tu trono está firmemente establecido desde mucho tiempo atrás; eres desde tiempo indefinido. (Salmo 93:2)
Pero la bondad amorosa de Jehová es de tiempo indefinido aun hasta tiempo indefinido para con los que le temen, y su justicia para los hijos de los hijos. (Salmo 103:17)
Bendito sea Jehová el Dios de Israel desde tiempo indefinido aun hasta tiempo indefinido. (Salmo 106:48)
Daniel respondía y decía: “Que el nombre de Dios llegue a ser bendito de tiempo indefinido aun hasta tiempo indefinido, porque la sabiduría y el poderío—porque pertenecen a él. (Daniel 2:20)
Cuando la Biblia dice que Dios es “de tiempo indefinido aún hasta tiempo indefinido” en realidad quiere decir que Dios siempre existía en el pasado, Él siempre existe en el presente y Él siempre existirá en el futuro. ¡Él nunca muere!
Esto es muy importante para entender. ¿Por qué razón? Porque el apóstol Pablo, guiado por el espíritu santo, nos dice:
Además, sin fe es imposible serle de buen agrado, porque el que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que llega a ser remunerador de los que le buscan solícitamente. (Hebreos 11:6)
Exactamente ¿quién es este Dios que debemos creer “que él existe”, es decir que siempre ha existido y siempre existirá?
Cuando nosotros queremos saber algo de alguna persona y no sabemos quien es esa persona, ¿qué es lo primero que pedimos? ¿No es cierto que pedimos el nombre de esa persona?
Eso nos lleva a una idea básica que la mayoría de la gente tiene acerca de Dios. La mayoría de las personas que adoran a Dios le dan el nombre equivocado. Si nosotros queremos ‘adorar lo que conocemos’ como Jesús y los Judíos lo hacían, debemos dar a Dios el nombre correcto.
Consideremos los siguientes versículos para ver que nos enseñan:
Para que, de común acuerdo, con una sola boca glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. (Romanos 15:6)
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de tiernas misericordias y el Dios de todo consuelo. (2 Corintios 1:3)
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en unión con Cristo. (Efesios 1:3)
Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento exacto de él. (Efesios 1:17)
Damos gracias a Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo siempre que oramos por ustedes. (Colosenses 1:3)
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque, según su gran misericordia, nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. (1 Pedro 1:3)
En cada uno de los versículos que acabamos de citar, habla no de Jesús, sino del Dios de Jesús. Recordamos que Jesús decía a la mujer no Judía: “Nosotros adoramos lo que conocemos”. Por lo tanto Jesús adora el mismo Dios que nosotros deberíamos adorar.
No hay ningún lugar en la Biblia que muestra que Jesús se adoró a si mismo.
La idea equivocada que la mayoría de la gente tiene acerca de Dios es que su nombre es Jesús. Jesús no es el Dios de los Judíos y él no es el Dios que se nos manda adorar. En vez de eso nos manda adorar al Dios de Jesús.
Entonces, ¿Quién es “el Dios de los Judíos” (Romanos 3:29), "el Dios de Israel” (Lucas 1:68), y "el Dios de nuestro Señor Jesús" (Efesios 1:17)?
El nombre de este Dios es muy importante, porque Jesús nos enseñó a orar:
Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre. (Mateo 6:9)
La primera cosa y más importante es que el nombre de Dios sea santificado. Ese nombre fue santificado en la Biblia unas siete mil veces. Tan importante es ese nombre que si su Biblia no lo usa debería cambiarla por otra que si lo usa.
Abra su Biblia al primer libro llamado Génesis, capítulo 2 y versículo 4. ¿Se lee como sigue?
Esta es una historia de los cielos y la tierra en el tiempo en que fueron creados, en el día que Jehová Dios hizo tierra y cielo.
Debería decir “que Jehová Dios hizo tierra y cielo”. Jehová es la traducción española por el nombre de Dios, que esta representado en Hebreo antiguo por las letras Y o J, H, W o V, H (YHWH o JHVH) Algunas Biblias modernas usan el nombre Yavé que también es una buena traducción, pero Jehová es la traducción más común, por lo tanto esta es la versión que vamos a usar en este libro.
Para una Biblia de traducir el nombre de Dios como “Señor” o “Dios” es ofensivo. No sería santificar aquel nombre que Jesús nos dijo que hiciéramos como la primer y más importante cosa por lo cual orar, ¿no es cierto?
Solamente usando el título de “Señor” o “Dios” confunde a la gente, y la lleva a pensar que el “Señor” Jesús es el “Señor” Dios.
Por lo tanto, si usted va a una congregación que usa una Biblia que no tiene el nombre de Dios, debería preguntar a su líder religioso por qué y aún mostrarle este libro. Vea si él tiene respeto al nombre de Dios o si él equivocadamente cree que el nombre de Dios es Jesús y eso quizás es la razón verdadera por la que evita usar el nombre correcto de Dios.
El nombre de Dios, Jehová, tiene un significado especial. Significa que Dios existe y que él llega a ser lo que necesita para cumplir lo que ha prometido. ¿No es eso un nombre maravillo?
Con eso otra vez comprendemos que, ¡Dios no puede morir!
Pero Jehová es en verdad Dios. Él es el Dios vivo y el Rey hasta tiempo indefinido. (Jeremías 10:10)
A Jehová se le llama muchas veces en la Biblia “el Dios vivo”.
Que tengan bondad inmerecida y paz de parte de “Aquel que es y que era y que viene”, y de los siete espíritus que están delante de su trono, y de Jesucristo, “el Testigo Fiel”, “El primogénito de los muertos”, y “El Gobernante de los reyes de la tierra”. (Revelación 1:4-5)
¿A qué se refiere el que Jesús sea “El primogénito de los muertos”?
A Dios ningún hombre lo ha visto jamás; el dios unigénito que está en la posición del seno para con el Padre es el que lo ha explicado. (Juan 1:18)
La misión de Jesús era ‘explicar’ o dar a conocer a Dios y eso fue precisamente lo que hizo y esta registrado para nosotros en la Biblia.
A los enemigos de Dios no les gustaba la manera en que Jesús daba a conocer a Dios, por lo tanto lo mataron.
Las Escrituras nos dicen lo siguiente acerca de “las primeras cosas”, sí, lo básico acerca del cristianismo primitivo.
Porque les transmití, entre las primeras cosas, lo que yo también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue enterrado, sí, que ha sido levantado al tercer día según las Escrituras. (1 Corintios 15:3-4)
Recuerda, la base para entender acerca del “Dios de nuestro Señor Jesus” es que Él no puede morir; sin embargo, Jesús sí murió y estuvo muerto por tres días antes de que “el Dios de nuestro Señor Jesús” lo resucitara. Por lo tanto, Jesús no puede ser Dios.
Lo que hace que la muerte y resurrección de Jesús sea tan sobresaliente es que la Biblia nos dice que él fue “el primogénito de entre los muertos”. Eso quiere decir que nadie antes de él fue resucitado como él fue resucitado; él fue el primero.
Esto nos lleva a otra idea equivocada acerca de Dios y la manera en que Él nos creó. La mayoría de las personas creen que Dios nos hizo a los humanos de una forma que, al igual que Él, nunca muriéramos. Ellos dicen que nosotros tenemos algo, llamado espíritu o alma, que continua viviendo después de la muerte del cuerpo.
Si esto fuera cierto, entonces la muerte y resurrección de Jesús no hubiese sido tan especial, ¿verdad?
La Biblia nos dice este hecho acerca de Jesús después de su resurrección:
(Jesús) el único que tiene inmortalidad, que mora en luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver. (1 Timoteo 6:16)
“El Dios de nuestro Señor Jesucristo” dio inmortalidad solamente a Jesús, algo que él no tenía antes de venir a la tierra, además él fue el primero en recibir inmortalidad. Por eso en el tiempo en que Pablo escribió a Timoteo, el dijo que Jesús “era el único que tiene inmortalidad.” Además el decía acerca de Jesús después de su resurrección “que mora en luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver.”
¿Que nos dice esto acerca de Jesús?
Consideremos los siguientes versículos:
Porque la muerte que él murió, la murió con referencia al pecado una vez para siempre; pero la vida que vive, la vive con referencia a Dios. (Romanos 6:10)
Él entró —no, no con la sangre de machos cabríos y de torillos, sino con su propia sangre— una vez para siempre en el lugar santo, y obtuvo liberación eterna para nosotros. (Hebreos 9:12)
Hemos sido santificados mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre. (Hebreos 10:10)
Pues, hasta Cristo murió una vez para siempre respecto a pecados, un justo por injustos, para conducirlos a ustedes a Dios, habiendo sido muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu. (1 Pedro 3:18)
Dios, quien no puede morir, envió a Su Hijo a morir. Su cuerpo, su carne, fue sacrificado como rescate en cambio por nuestra salvación de la muerte.
En la última cena Jesús instruyó:
También, tomó un pan, dio gracias, lo partió, y se lo dio a ellos, diciendo: “Esto significa mi cuerpo que ha de ser dado a favor de ustedes. Sigan haciendo esto en memoria de mí”. (Lucas 22:19)
Jesús decía que su cuerpo había de ser dado a favor de nosotros y eso significa que el cuerpo que murió no fue el mismo cuerpo que resucitó.
1 Pedro 3:18 dice que Jesús fue “muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu.”
El cuerpo de Jesús fue dado en sacrificio y “el Dios de nuestro Señor Jesús” lo removió antes que viera la corrupción como fue profetizado en las Escrituras:
Por eso también dice en otro salmo: ‘No permitirás que el que te es leal vea corrupción’. (Hechos 13:35)
Porque no dejarás mi alma en el Seol. No permitirás que el que te es leal vea el hoyo. (Salmos 16:10)
Vio de antemano y habló respecto a la resurrección del Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne vio corrupción. (Hechos 2:31)
Después de la resurrección de Jesús, su cuerpo espiritual inmortal podía aparecer y desaparecer, además tomar formas como uno parecido al que tenía antes, con huecos en sus manos y pies (Juan 20:24-29), o como un jardinero (Juan 20:15) o como un extraño caminando por el camino (Lucas 24:15-31).
Al entender acerca de quien es Dios y quien es Jesús, comprendemos que nosotros los humanos no somos como ellos.
Si alguien se le acerca y le trata de enseñar que somos inmortales, que tenemos un espíritu o alma inmortal, debería pedirle que le enseñe dónde en la Biblia enseña tal idea. No hay, de hecho, ningún lugar en la Biblia que nos comunique tal idea.
Esa manera de pensar no vino de los Judíos y recuerde que Jesús dijo en Juan 4:22 que “la salvación se origina de los judíos .”
En The Concise Jewish Encyclopedia (1980) dice:
“La Biblia no presenta doctrina alguna de la inmortalidad del alma, ni surge ésta de manera clara en la literatura rabínica [judía] primitiva. ... Con el tiempo la creencia de que alguna parte de la personalidad humana es eterna e indestructible llegó a ser parte del credo rabínico y se aceptó casi universalmente en el judaísmo de años posteriores.”
Ni Jesús ni los judíos que vivían en aquel tiempo creían que los humanos poseían almas inmortales; esa creencia vino muchos años después.
La idea de que las personas poseían almas o espíritus inmortales no es de origen judío ni cristiano.
Algún predicador pudiera mostrarle en las Escrituras Mateo 10:28 y decirle que eso enseña que el alma nunca muere. Pero usted debería pedirle que leyera el versículo completo de principio a fin. Lo que en realidad enseña dicho versículo es que Dios puede destruir el alma cuando uno muere. Eso nos muestra que es importante dejar que sea la Biblia misma quien nos explique y no dejar que personas con ideas equivocadas acerca de Dios lo hagan.
La Biblia nos explica que es la muerte y no es difícil de entender. Entender lo que es la muerte nos ayuda a comprender a Dios y por qué la enseñanza acerca de la resurrección de los muertos es tan importante para nuestra salvación.
Piense en esto por un momento: Si todos nosotros tuviésemos espíritus o almas inmortales que continuaran viviendo después de que nosotros muriéramos, ¿por qué necesitaría Dios enviar a Su Hijo a morir por nosotros?
La mayoría de las personas que no entienden acerca de Dios contestarían a esta pregunta diciendo que era para salvarnos de un lugar de tormento llamado infierno. Pero, ¿no sería eso contrario al amor de Dios?
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna. (Juan 3:16)
La Biblia muestra que solo hay la destrucción de uno al tiempo de morir como castigo o la vida eterna a través de la resurrección como recompensa.
Dios no da la vida eterna o inmortalidad a una persona como una forma de castigo para atormentarla para siempre. Por que a fin de cuentas esa persona tendría que tener vida para poder sentir el tormento si hubiese ese castigo, ¿no es cierto?
Entren por la puerta angosta; porque ancho y espacioso es el camino que conduce a la destrucción, y muchos son los que entran por él; mientras que angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y pocos son los que la hallan. (Mateo 7:13-14)
Por lo tanto, ¿qué piensa usted? La mayoría de las personas tienen la idea equivocada acerca de Dios y acerca de la muerte. Usted, sin embargo, mediante tener la idea correcta acerca de Dios y acerca de la muerte, puede entender lo que realmente trata el cristianismo verdadero.
Hay cristianos hoy en día que sí santifican el nombre de Dios, Jehová, y creen que Él no puede morir. Ellos enseñan que Su Hijo sí murió pero que “el Dios de nuestro Señor Jesucristo” lo resucitó con un cuerpo espiritual inmortal y que él ahora esta en los cielos con el Dios que lo resucitó.
Estos cristianos entienden que es la muerte, y porque lo entienden, ellos también comprenden que es la resurrección.
Aunque Jesús fue el primero en ser resucitado a la vida eterna o inmortal, él no sería el único. Dios lo resucito y le dio una asignación muy importante.
El apóstol Pablo lo mencionó en el siguiente versículo:
Tengo esperanza en cuanto a Dios, esperanza que estos mismos también abrigan, de que va a haber resurrección así de justos como de injustos. (Hechos 24:15)
Y Jesús mismo prometió:
No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán. (Juan 5:28-29)
Si, “va a haber resurrección así de justos como de injustos”, y “todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz [de Jesús] y saldrán.” Esta resurrección no sería en los cielos, sino en una tierra hecha un paraíso.
¿Por qué los injustos serían resucitados?
Bueno, ¿qué pedía el hombre injusto que murió al lado de Jesús?
Y pasó a decir: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. Y él le dijo: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso”. (Lucas 23:42-43)
¿No es cierto que aquel hombre injusto estaba pidiendo a Jesús una nueva oportunidad? A las personas injustas se les dará una nueva oportunidad para cambiar bajo la gobernación de Cristo sobre nuestra Tierra; o sea “cuando Jesús entre en su reino”.
Todo esto es parte de las “buenas nuevas del reino” que los cristianos primitivos están predicando hoy en día. Es la obra que fue profetizada que ellos harían antes de venir el fin de este sistema de cosas. Usted puede leer acerca de esto en su Biblia en Mateo 24:14:
Y estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.
Cuando estos cristianos vengan a su casa para ayudarle a entender su Biblia, ¿por qué no imita al hombre que hizo lo siguiente?
De modo que el espíritu dijo a Felipe: “Acércate y únete a este carro”. Felipe corrió al lado y le oyó leer en voz alta a Isaías el profeta, y dijo: “¿Verdadera-mente sabes lo que estás leyendo?”. Él dijo: “¿Realmente, cómo podría hacerlo, a menos que alguien me guiara?”. Y suplicó a Felipe que subiera y se sentara con él. (Hechos 8:29-31)
Si, pídales que se sienten con usted para ayudarle a entender las Escrituras. Ellos estarán encantados de poder ayudarle y además nunca le pedirán dinero a cambio.